Por Agustina Teper, tesista de la Licenciatura de Ciencia Política de la Universidad Nacional de Mar del Plata.
Una nueva jornada democrática se celebró el pasado 18 de mayo de 2025 en la Ciudad de Buenos Aires y ha revelado mucho más que una simple redistribución de bancas. Ha expuesto los signos de una mutación en el comportamiento electoral, en las formas de hacer política y, sobre todo, en el vínculo entre la ciudadanía y la democracia.
Lo que ocurrió en las urnas porteñas expresa una reconfiguración del mapa político, pero también plantea interrogantes sobre el futuro de la democracia y la política en la Argentina.
La jornada electoral arrojó un dato tan contundente como preocupante: solo el 52,3 por ciento del padrón electoral se presentó a votar, a pesar de la obligatoriedad del sufragio (una participación alarmantemente baja en los últimos tiempos). Este nivel de participación electoral, el más bajo en la historia reciente de la Ciudad de Buenos Aires, no puede leerse solamente como apatía política, sino es, ante todo, una señal de desafección democrática, un síntoma de desgaste en el vínculo entre ciudadanía e instituciones representativas. No obstante, no representa un riesgo institucional, sino más bien un riesgo sustantivo: el vaciamiento del sentido de la democracia.
En el plano político, se dio el fin de una era en donde La Libertad Avanza (LLA) se consolidó como la nueva fuerza dominante en el distrito, obteniendo el 30,13 por ciento de los votos con Manuel Adorni a la cabeza. El PRO, que durante casi dos décadas gobernó y lideró en CABA, cayó al tercer lugar con apenas el 15,9 por ciento. En el medio, el peronismo porteño (con Leandro Santoro) alcanzó el 27,35 por ciento.
La derrota del PRO (Propuesta Republicana) no es solo un resultado adverso: es el final de un ciclo político que comenzó en 2007 con la victoria de Mauricio Macri, posteriormente con las reelecciones de Horacio Rodriguez Larreta y la actual gestión de Jorge Macri. La victoria libertaria representa un traspaso del liderazgo dentro del espacio de la centroderecha y la derecha argentina, y al mismo tiempo, plantea ciertos interrogantes sobre la solidez de estas no tan nuevas fuerzas políticas emergentes.
Uno de los elementos más inquietantes de esta última elección (y que nos deja alerta para las futuras campañas) fue el uso de un video falso generado con IA (inteligencia artificial) en el que se simulaba el apoyo de Macri a Adorni, dando de baja días antes de la elección la candidatura de Silvia Lospennato. En efecto, fue un claro ejemplo de nuevas tecnologías, desinformación, fake news y cómo pensar a partir de entonces ciertos límites democráticos. Aunque la falsedad de dicho video fue desmentida en plena jornada electoral el contenido circuló masivamente. Javier Milei y su alrededor, lejos de condenarlo, lo defendieron en nombre de la «libertad de expresión». Podría entenderse como correcta dicha defensa por la veda electoral de la jornada democrática, pero esta narrativa no es nada novedosa en el aparato discursivo del equipo de Javier Milei que pone en jaque ciertas significaciones que definen al sistema democrático como las libertades y los derechos.
Este episodio de tensión no solo forma parte de una anécdota electoral sino que también abre un debate sobre la ética democrática en tiempos de IA y redes sociales. ¿Cómo se garantiza una elección libre si la información que circula no es veraz? ¿Cómo se forma la voluntad popular en un entorno de manipulación algorítmica?.
La democracia requiere condiciones de deliberación racional, veraz y pluralista. Cuando esas condiciones son distorsionadas, el voto se convierte en un acto formal sin sustancia. No estamos frente a una crisis sin fin, pero sí ante una democracia en tensión: la participación se reduce, el debate se empobrece, la representación se fragmenta; y la tecnología introduce nuevas formas de vulnerabilidad institucional.
El resultado electoral en CABA debe leerse como una advertencia: la estabilidad democrática no está garantizada por un mero calendario electoral, sino que se encuentra sostenida (y hoy, cuestionada) por la calidad de la participación y la responsabilidad de los actores políticos en ella. La democracia es un sustantivo que entra en escena en la arena política en cada nuevo año electoral, es un concepto que ha atravesado la historia de nuestro país y lo que nos permite más de cuatro décadas de gobiernos continuos sin proscripciones de partidos políticos.
Estas últimas elecciones nos obligan a salir del análisis estratégico. Nos deberían interpelar en un plano más profundo: ¿Qué tipo de democracia queremos construir para las futuras generaciones?.
Una donde el voto sea solo un trámite obligatorio cada dos años, o una donde el compromiso ciudadano, la verdad, la ética pública y la participación activa sean pilares fundamentales de la vida política.
Votar no basta. La calidad democrática requiere ciudadanos informados, partidos políticos responsables, medios rigurosos en la difusión y reglas claras que regulen el uso de nuevas tecnologías.
¿Qué opinás sobre lo que pasó en CABA? ¿La Libertad Avanza nuevamente pone en cuestión al sistema democrático argentino? ¿Estamos ante una transformación del sistema político argentino, una metamorfosis nuevamente de la democracia o ante un proceso de erosión democrática?