Teletrabajo ¿Una nueva normalidad?

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La pandemia de COVID-19 ha provocado un involuntario auge del teletrabajo para millones de personas. El crecimiento de esta tendencia nos trae el interrogante de si tenemos ante nosotros una revolución que podría repercutir en el futuro inmediato de los trabajadores, o, al menos, en el de aquellas personas cuyo trabajo no requiere estar ligado a una ubicación física concreta.

Cuando finalice la crisis, cuando se descubra la vacuna y la pandemia sea cosa del pasado ¿qué efectos generará esta nueva modalidad de trabajo para muchas personas?
Antes de iniciarse la pandemia ya se hablaba sobre el futuro del empleo. Sin embargo la aparición del COVID-19, ese futuro ha llegado antes de lo previsto, cambiando radicalmente nuestra forma de trabajar. Las reuniones virtuales se han transformado en algo común y ha aumentado la actividad económica en una amplia gama de plataformas digitales.

Conforme se levantan las restricciones, la pregunta que está en la mente de todos es si esta forma de trabajar se convertirá en la «nueva normalidad». Algunas de las grandes empresas en las economías desarrolladas ya han dicho que lo que era un gran proyecto piloto sin un plan específico, el teletrabajo, se convertirá en la forma habitual de organizar el mercado laboral. La vuelta al trabajo de los empleados no implicará que tengan que desplazarse, a menos que decidan lo contrario.

Esta nueva opción laboral, podría ser motivo de celebración, para la gente y el planeta, pero la idea de que ha llegado el fin de la oficina es exagerada. La Organización Internacional del Trabajo estima que el 27% de los trabajadores en los países de altos ingresos podrían teletrabajar desde su casa. Esto no significa necesariamente que seguirán trabajando a distancia.

El interrogante que se nos plantea, para los empleadores y los trabajadores, es cómo adaptar las prácticas de trabajo y aprovechar los beneficios que genera el teletrabajo sin perder el valor social y económico del espacio físico de empleo.

Cuando aplaudimos las innovaciones en la gestión laboral que permitieron la continuidad de las empresas durante la crisis sanitaria, no debemos olvidar que muchas personas han perdido sus empleos o que, debido a los efectos de la pandemia en algunas industrias, muchas empresas han quebrado. Una cuestión clave para las personas que regresen a su lugar de trabajo será la calidad de éste, en concreto los empleos seguros y saludables.
A medida que las empresas empiezan a evaluar la eficacia de cambiar al trabajo a distancia y la posibilidad de solucionar los problemas de seguridad de sus datos, y si disponen de la infraestructura necesaria, para los países en desarrollo pueden surgir nuevas oportunidades en el sector de servicios.

Esta situación repercutirá a más largo plazo en el empleo de las economías en desarrollo y emergentes. El problema es que, como tomará tiempo el desarrollo de los nuevos sectores de servicios, se haga sentir de inmediato el impacto negativo del aumento del desempleo. Las desigualdades en la capacidad de preparación digital pueden frenar aún más a los países a la hora de aprovechar estas oportunidades.
La transformación digital del trabajo y la posibilidad de teletrabajar también se ha visto acompañada de otros beneficios. Por ejemplo, conforme a sus circunstancias, ofrece la posibilidad de extender la vida laboral a los trabajadores de más edad y experimentados y brinda oportunidades de trabajo a los de las comunidades rurales.
Sin embargo, para otra gran cantidad de trabajadores agravó su sensación de aislamiento y la pérdida de su identidad y objetivos. El reconocimiento social del trabajo y la importancia y pertenencia que se deriva de él no puede cambiarse por los salones virtuales, por muy informal que sea nuestra indumentaria mientras los ocupemos.

Históricamente, las crisis económicas, las pandemias y las guerras han agudizado las desigualdades. La pregunta que nos queda por responder es si se trata de un cambio tectónico ligado a la creciente inestabilidad política y social, o de una crisis que nos lleve a consolidar los cimientos de unas sociedades justas ligadas a los principios de solidaridad y de toma de decisiones democráticas que impulsan a las sociedades, los mercados laborales y los lugares de trabajo a la igualdad.