Esa señora

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Por Roli Aloisi.

Si mal no recuerdo tendría 11 o 12 años. Ubicándonos en el tiempo sería el año 1977 o 1978, o tal vez 1980. Por esos años, un familiar mío, es decir de ese niño que era yo, estaba privado de la libertad.
Mi crianza estuvo rodeada de amor. Mi abuela, mis tías y tíos o primas y primos hermanas de mi madre, me cobijaron de manera amorosa y me enseñaron a querer a los demás no con grandes palabras sino con gestos. Ellos ya no están en este mundo, pero fueron la bondad y la nobleza reflejadas en seres humanos.
Esa situación hizo que de tanto en tanto mi abuela me llevase a visitar a ese familiar a los
diversos lugares donde se aloja a las personas privadas de libertad.
Pasaron los años, fui creciendo. Casi todo el periodo escolar lo hice en el parroquial y el último tramo en el nacional. Quien conoce Lobería sabe de lo que hablo cuando nombro parroquial y nacional.
Me gustaron siempre las materias humanistas, me llamaba la atención la historia, aunque ahora que soy un tipo grande me hubiera gustado tener también pasión por las matemáticas. Me empezó a gustar en la tierna adolescencia la cuestión política y del poder. Era la época de la apertura democrática y me movilizó mucho un tipo de bigote ancho que parado en un palco hablada de la Constitución y emocionaba a multitudes.
Ahí, por primera vez pude comprender lo que estaba viviendo el país, de lo que había sucedido en esos años anteriores, cuando la muerte, la tortura, el robo de bebés y los intereses de los más poderosos se adueñaron de Argentina.
Fue en ese entonces que recordé que cada vez que con mi abuela íbamos a visitar a ese familiar privado de la libertad, semanas después nos visitaba en nuestra casa una señora que siempre veía en la zona de una escuela céntrica, pero que no era familiar nuestra, ni amiga de mis mayores.
Entonces, cuando empecé a escuchar la palabra desaparecido y que en mi ciudad la dictadura
cívico militar había desaparecido a algunos y algunas loberenses, me surgieron preguntas. Una de ellas fue consultarle a mi abuela por esa señora que de vez en cuando llegaba a mi hogar y hablaban horas y a veces lloraban juntas, y supe que tenía un pariente víctima de esos sangrientos y asesinos militares que tomaron cobardemente el poder en 1976.
Fue entonces que mi abuela me narró la desesperada búsqueda de esa señora por su hijo
desaparecido y buscaba datos y ataba cabos y que cada vez que podía se juntaba con mi abuela Nilda, para saber si mi familiar desde su lugar de alojamiento había podido averiguar algo sobre su hijo.
Obviamente jamás hubo un dato. Esa señora murió sin saber nada de su hijo desaparecido por la dictadura. Mi familiar recuperó la libertad y me contó que trató de averiguar y todo fue en vano.
Creo recordar la cara de esa señora, esa mirada distante, de búsqueda, de dolor eterno. Tal vez no sea un recuerdo sino mi subjetividad expresada en el rostro de una madre llena de dolor.
Llegó la democracia, me hice grande y hace 21 años que soy padre y cada vez que hablamos de este tema reivindico con fuerza el papel de las Madres y Abuelas que lucharon por saber la verdad.
Me gustaría mirar sólo para adelante, pero para poder hacerlo no podemos olvidar el horror del pasado.
Casi nunca fui a un acto o marcha del 24 de Marzo. Algunas contradicciones, a mi entender, con quienes organizaban esos actos me distanciaban de participar. Pero hoy, cuando desde el poder se alienta al odio, la falta de memoria, iré a decir presente, pues lo accesorio (mi humilde y probable equivocada opinión) es posterior a lo principal que es reinvindicar la democracia como forma de vida y condenar a la dictadura asesina que violó de modo atroz los derechos humanos.
Hoy tengo 58 años, casi toda mi vida fue en democracia y quiero honrar a esa señora vecina del pueblo y a todas las madres y padres de los 30 mil desaparecidos, repudiando a los que aún quieren sin decirlo a cara descubierta reivindicar a los asesinos que quieren florecer en nuestras sociedad actual.
Memoria, Verdad y Justicia