Cuestión de valores

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Hoy vivimos una disociación entre el progreso tecnológico y material y el progreso moral. El resultado es un manifiesto estado de insatisfacción. Esto se ve en los vínculos, en las actitudes, en lo profesional, en lo individual, en lo grupal, en todos los ámbitos. Nada alcanza, la queja está a la orden del día, más allá de todo lo que lleguen a tener desde el punto de vista material e inmediato, la mayoría de las personas parece no saber cuál es el sentido de su vida. Mientras tal sentido no salga a la luz, prevalecerá la angustia existencial, la sensación de vacío.

Quizás deberíamos comenzar por buscar en los valores, no como algo abstracto, sino como componentes de nuestra vida, y ver cuál es el modo de sostenerlos, qué ocurre cuando los respetamos y qué cuando faltamos a ellos. Enumeremos valores: empatía, colaboración, respeto, solidaridad, humildad, honestidad, gratitud, compasión, aceptación, compromiso, lealtad, generosidad, buena fe, amor. ¿Qué pasa cuando están ausentes? ¿De qué modo podemos hacerlos presentes? En un caso o en el otro afectarán a nuestros vínculos, a nuestro modo de estar en el mundo. Porque ningún valor es imaginable si no incluimos al otro, si no recordamos que el otro es condición de nuestra propia identidad, y no simplemente un medio o un obstáculo para nuestros fines.

Los valores se viven, no se declaman. No hay otra forma de ponerlos en práctica que no sea convertir en acciones aquellos valores en los que creemos. Nuestros valores deberían convertirse en nuestra segunda piel. Así como no nos quitamos la piel cuando dormimos o cuando estamos solos, también nuestros valores tendrían que estar vigentes en nosotros cuando estamos a solas y nadie nos ve. Pero también tienen que estar presentes en el día y en relación con el otro.

Carlos Laboranti